«Carson McCullers, una escritora a contracorriente» por Rebeca Garrido

Carson-McCullers

La historia personal de los grandes artistas suele estar acompañada de incurables problemas psicológicos que, en muchas ocasiones, han arrojado a sus protagonistas a cometer actos condenados por la sociedad de la época. La vida de Carson McCullers no fue una excepción, aunque en su caso se puede hablar de una existencia basada en la palabra.
Lula Carson Smith nació en Georgia en 1917. A diferencia de muchos de sus compañeros de oficio, Lula nunca quiso ser escritora. Su verdadera vocación era la música, como relata en numerosos de sus cuentos y trabajos, pero sus esperanzas se vieron rápidamente truncadas cuando, teniendo quince años, fue diagnosticada de reumatismo articular agudo.

Hundida y sumida en un fuerte tormento, Lula siguió el camino que muchos otros habían utilizado como método para contrarrestar su sufrimiento: decidió ser escritora.
Al igual que Frankie en Frankie y la boda o Mick Kelly en El corazón es un cazador solitario, la madurez se convirtió para Carson en un hecho traumático e incomprensible. Empujada irreversiblemente hacia un universo desconocido, la pubertad trajo consigo largas horas de aislamiento y soledad, moldeando poco a poco una de las figuras femeninas más independientes y creativas del siglo XX. Así, siguiendo los pasos que motivaron a Frankie a adoptar el nombre de F.Jasmine, Carson enterró a la pequeña Lula y se convirtió en la gran escritora conocida mundialmente.
En la vida de Carson hubo diversos amantes y un único amor. Reeves McCullers, soldado voluntario y aspirante a escritor, conoció a la joven en 1935. El flechazo fue evidente, pues solo dos años después la pareja contrajo matrimonio.
Aunque Carson había publicado cuentos en pequeñas revistas universitarias y locales en sus primeros años de producción, fue en 1940 cuando la fama llegó con El corazón es un cazador solitario. La originalidad y perspicacia de la novela, en la que denunciaba la situación del sur de Estados Unidos y las condiciones de la población negra, supo cautivar a los críticos más feroces de la América del momento y despertar los celos de su compañero de lecho, que veía cómo su amante alcanzaba un futuro que desde niño se había adjudicado.
Así, las grietas matrimoniales acabaron derrumbando la construcción y en 1941 Carson y Reeves firmaron el divorcio. Fue durante esta época cuando se comenzó a dudar de la posible homosexualidad de Carson debido a sus relaciones con escritoras gays, como Annemarie Clarac-Schwarzenbach, cuya prematura muerte destrozó a la escritora.

Pero la relación de los McCullers era más fuerte que el matrimonio, pues el lazo inquebrantable que los había unido no se podía cortar con un simple papel. Reeves amaba a Carson y Carson se dejaba amar. Así, cuando la Segunda Guerra Mundial estalla y Reeves se marcha a Francia, comienza una estrecha correspondencia entre ambos en la que se puede apreciar el amor más tierno y puro. Por ello, al concluir la guerra, Carson y Reeves vuelven a compartir lecho y amor, domingos y caricias.

Sin embargo, poco duraría el cariño para una pareja con los días contados. El alcoholismo de Carson y la depresión y celos de Reeves resurgirían de sus cenizas. Y fue en 1950 cuando, viviendo en París, los altibajos de la relación dieron paso a una línea inquebrantable: Reeves pide a Carson que se suicide con él. Pero ella es una luchadora que soporta los dolores de su enfermedad y se rebela contra el mundo, por lo que se niega y abandona, una vez más, a su marido.

Las palabras, que tan hábilmente sabía manejar Carson, no sirvieron para convencer a un hombre que ya había vendido su alma. Reeves se suicidó poco después y Carson quedó destrozada: el amor de su vida ponía así punto y final a una relación de idas y venidas, de amor y odio.

Durante sus últimos años, la enfermedad postró a la georgiana en una silla de ruedas. Sin embargo, esto no impidió a Carson viajar por todo el país y, por supuesto, escribir, escribir, escribir. Sus historias, marcadas por matrimonios rotos y personajes que sufren la soledad como una enfermedad mental, la situaron en el podio más alto de los escritores norteamericanos del siglo XX, puesto que compartía con personajes de la talla de Katherine Anne Porter o Truman Capote.

Admirada y aborrecida a partes iguales, Carson McCullers marcó un antes y un después en la literatura norteamericana. No tuvo la oportunidad de transmitir sus inquietudes con la música, pero eligió las letras para mostrar su lado más humano e incomprendido, su incapacidad de amar al hombre que tanto cariño le había proporcionado, su visión del mundo como algo lúgubre y a la vez precioso. Al igual que los personajes de sus novelas, Carson fue una mujer solitaria incapaz de adaptarse a un mundo que sentía ajeno y distante.

Rebeca Garrido

(Periodista y poeta)

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